Con la
llegada del verano se me desparraman los neurotransmisores y desarrollo dos
tendencias psicopáticas: a la depresión y a la actividad. Para luchar contra la
primera y dejar fluir la segunda tengo por costumbre internarme en los
procelosos mundos de las becas de verano para estudiantes de periodismo. Y
aunque ya no ejerzo como tal (legalmente he abandonado la facultad de Ciencias
de la Comunicación de Santiago, y digo legalmente no porque haya publicado mi
decisión en el BOE, el DOG o el BOP, sino porque verbalicé la decisión ante mis
padres, en el lugar de la casa en el que los usos sociales nos permiten decir
que se trata de un altar y no de la mesa de la cocina, vieja mesa de madera
utilizada para desayunar, comer, merendar, cenar, para las visitas de media
mañana, media tarde y madrugada a la nevera, para ver la tele, para discutir en
alta voz la más intrascendente chorrada –entrando en A Cañiza, ¿dónde está el
Spar, a mano derecha o a mano izquierda metiéndote por detrás de la gasolinera?-
o para charlar con el familiar de turno que de cuando en vez se acerca por la
morada de las Padinas) aprovecho la situación para conseguir unos billetes al
mes que gastar en elementos del todo insustanciales. Y aunque la formalización de un hecho puede
tener su importancia, en este caso no tanto, ya que años antes de anunciar mi
rotunda decisión de no volver a situar mis posaderas en las incómodas sillas
para anoréxicos de la facultad ya era consciente de que mi continuidad en la
universidad era puramente legal: matriculado que acude de vez en cuando a la
biblioteca para llevarse libros que no devuelve en meses.
Así pues,
aquí estoy: en la redacción número 2 del edificio gris que Faro de Vigo tiene
en Chapela. Y aquí paso las tardes.
Hoy llegué a
las 16.00 y desde entonces –son ahora las 18.39- no se ha solicitado mi
habilidosa capacidad de engarce de palabras para nada, por lo que, aunque de
las 10 páginas que hay para mañana en Local, 7 están en blanco y las 3
restantes maquetadas pero el texto probablemente no resulte muy interesante
para los lectores: “esto es una prueba de texto, esto es una prueba de texto,
esto es una prueba de texto”. Ayer sucedió algo similar y a las 21.00 me
pidieron que metiera un par de breves en página y a las 22.00 que hiciera un
resumen de las características del nuevo puerto deportivo de A Laxe para
introducir como paja en un texto a cuatro columnas de tres módulos de altura
que anunciaba que la nueva dársena empezó hoy a recibir a sus nuevos
inquilinos. La parte del texto que yo
escribí está exactamente igual en la web y en el periódico, lo que me hace
pensar que nadie leyó lo que escribí para corregir posibles errores que hoy he
visto yo –me comí algunos conectores y en lugar de poner “a través de” puse “a
tras de”- y de los que no me avergüenzo porque la noticia iba firmada por una
chica que no conozco, una tal Redacción.
Hoy sucederá
lo mismo o algo similar. De momento he leído muy por encima los titulares de
los periódicos, he revisado el correo, las redes sociales, los teletipos y
escuchado algo de AC/DC en youtube. Acabo de bajar a por agua y me he comido un
chocolatito relleno de crema. Podría quitar el libro que estoy leyendo últimamente
-Hambre, de Knut Hamsum- y ponerme a
leerlo, pero es mejor que continúe escribiendo esto porque así parece que hago
algo para el periódico.
No soy un
cabrón, ni un aprovechado, ni un hijo de puta que viene aquí a pasar el tiempo
y cobrar por nada. Soy un tipo que con un aspecto físico imponente y una
cicatriz atravesándole la cabeza aprovecha su corporeidad para imponer sus
criterios: no se me paga lo suficiente como para pasarme doce horas al día al
servicio del periódico, por lo que no vengo por las mañanas, sólo por las
tardes de 16.00 a 22.00. Esas seis horas son las reglamentadas para los
becarios, y si soy becario para que no se me incluya en las previsiones del día
y no pueda escribir noticias sobre temas que podría afrontar perfectamente,
tampoco lo soy para incumplir mi horario. Esta semana me he pasado las tardes
sin hacer a penas nada y a partir de las ocho he escrito unas dos o tres
pequeñas piezas por día, pero nada se me ha encomendado que cubra, y si lo que
esperan de mí es que me mate proponiendo temas para reportajes que no van a
salir, puedo prometer y prometo que mi más absoluto pavor ante la muerte me
impide dar tal paso. Claro que esto sucede sólo conmigo: otros se dejan
arrastrar, vienen por las mañanas y se les encomiendan algunos temas para “reportajes
chulis y fresquitos de verano”. No es mi caso, he sido un chico malo, un chico
muy malo, y la porción de castigo que me corresponde es esta: estar para cubrir
el espacio de los breves y no estar para todo lo demás.
No me
preocupa, si algo aprendí durante tres meses en la Xunta es a luchar contra la
inactividad: leer libros, hincharme a canciones, desvalijar la máquina de
refrescos y comidas, o escribir por azar, lo que hacen la mayor parte de los
periodistas pero sin presumir por ello y sin cobrar por publicarlo. Sería un
Gandhi de la palabra si no utilizase en bastantes ocasiones los vocablos más
duros para zaherir a aquellos a los que desprecio, que dada la alta densidad
poblacional del mundo, son muchísimos.
Me llaman,
dos breves para la L-7: uno debo copiarlo y pegarlo ya que lo envía escrito
directamente el señor Don Francisco Díaz Guerrero, que nos anuncia la presencia
de trasatlánticos en la ciudad; el otro es sobre una insulsa reunión del
delegado del Gobierno en Galicia con el Alcalde para anunciar lo bien que
marchan las obras de la nueva depuradora de Vigo. Ambos de suma importancia
tanto para el lector como para el ciudadano analfabeto común que pulula últimamente
por la urbe. Todavía no han maquetado esa página, así que toca esperar.
Bien, ya he
finalizado, con inclusión de las correspondientes fotos. Ahora toca esperar de
nuevo a que surja algo. Hay una pequeña pieza en el faldón de la L-6 que
probablemente caiga, por lo demás, a las 19.40 ya están cubiertas 7 páginas de
las 10 de hoy. Los Caballeros de la Mesa Redactora -Alberto Otero, Alberto
Blanco, Javier Pastoriza y Carlos Prego- tienen una extraordinaria capacidad de
llenar página, y alguno como Alberto Blanco, quiere más cuando le han dado una
entera para una entrevista y media para una información “reportajeada”
relacionada con la entrevista. Son insaciables.
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