martes, 3 de mayo de 2011

Bin Laden

El terrorismo del siglo XXI se nutre de imágenes. Grandes budas esculpidos en piedra derruidos como símbolo de la facilidad con la que se puede destruir una vida, por muy sagrada que sea. La retransmisión en directo de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas. Un inmenso amasijo de hierros esparcidos por las vías entre los que sobresalen cuerpos humanos. Mostrarnos esas imágenes es la función del terrorismo reinventado por Bin Laden. Si la lucha contra este es una "guerra", el bando de los perseguidores del vil terrorista cometen el error de no mostrar imagen alguna, con lo que su acción no tiene la repercusión mediática que tuvieron los atentados ni su impresionante impronta visual.

Un Occidente en plena caída ha perdido la oportunidad de mostrar al mundo una imagen contundente de alguno de los valores que subsisten en esa parte del planeta y se ha mostrado, sin embargo, como un cochino, mediocre y vil matarife. La imagen de un Bin Laden en un banquillo respondiendo por sus crímenes, la imagen de un Bin Laden entre rejas, e incluso la imagen de un Bin Laden frito en la silla eléctrica después de que un juez, y solo un juez, le hubiese condenado a palmarla de esta forma habría sido un excelente despliegue visual capaz de contrarrestar las espantosas creaciones audiovisuales del terrorista saudí.

Las víctimas tienen derecho a que quien les ha dañado sea juzgado, introducido en el implacable mecanismo del sistema democrático para exprimir hasta su última responsabilidad y hacerle pagar por todas y cada una de las acciones inhumanas cometidas. Con un tiro en la cabeza y un empujón al fondo del océano se le quita a las víctimas el derecho de justicia, la satisfacción de pertenecer al bando de los justos e inocentes y la posibilidad de pedir explicaciones, aunque fuese de forma retórica, del porqué vivieron la muerte de los suyos. Sin juicio no hay satisfacción de los derechos de las víctimas.

En el paisaje que rodea a un hombre que pasa la vida a la sombra de una cárcel difícilmente se pueden encontrar elementos que conviertan a ese individuo en mártir, en un cadáver a merced de las corrientes submarinas todo lo que le rodea fluye en un decorado perfecto para las ilusiones ópticas, para la recreación romántica de la vida del muerto y de su triste final.

Que la patria de los mass media no sepa aprovechar su existencia es síntoma inequívoco de su decadencia.