sábado, 13 de agosto de 2011

Faro de Vigo

Dice el subdirector del periódico que hago fotos mejor de lo que escribo. No es cierto. Las fotos las hace la cámara, y de lo que escribo, él sólo ha visto lo que se publica en las páginas de su diario de noticias resesas espolvoreadas con ínfulas de profundidad informativa. No todo lo que escribo se publica. No todo lo que escribo lo publico. A veces escribo de pensamiento y peco omitiendo grafías. Otras, ingeniosas frases rebotan contra la bóveda craneal después de sobrepasar la masa encefálica y sólo por pereza impido que se exterioricen más allá del hueso.

Es difícil escribir bien cuando a uno lo despiertan para pedirle que vaya a una playa a preguntar a los bañistas por qué van a esa playa o a los turistas que vuelven de Cíes por qué han elegido Cíes. Pero a ellos les cuesta entenderlo. Tienden a pensar que quienes entran en la redacción como "practicantes" son gente hiper ilusionada con el periodismo y capaces de perder hasta la última gota de sangre por hacer un buen "reportaje fresquito de verano". Es difícil escribir bien sobre algo complejo en la esquina recóndita de una página minúscula. Más todavía escribir algo original sobre un acontecimiento mil y una veces reproducido en los medios desde todos los ángulos posibles hasta exprimir la escuadra y el cartabón. Si no pasa nada, nada pasa. Si el entrevistado no dice nada interesante, nada interesante se le puede ofrecer al lector, y mucho menos en primera línea del puesto de verduras: el titular.

La originalidad no consiste en escribir siempre sobre lo mismo de distintas maneras (ya lo hizo Raymond Queneau, hecho su libro, carece de sentido intentar algo similar, la idea base -contar algo de todas las formas posibles- ya se ha realizado y cualquier intento de superarlo se quedará en mero plagio) sino en buscar aquello que aporte nuevos ingredientes a la inmensa pota de caldo en la que se ha convertido el espacio mediático.

Un periodista que llama por teléfono al ministerio de Fomento para proponer un trazado alternativo de una línea férrea que se pretende eliminar no es un periodista: la función del periodista no es crear un acontecimiento o entrometerse como factor causante de nuevos elementos en el seguimiento de un hecho. Se hace porque los periódicos necesitan llenar páginas y no están dispuestos a aceptar que con las vacaciones, a parte de al perro y al abuelo en la gasolinera, también abandonamos ese estúpido compromiso con "la realidad" (la vorágine de cosas -algunas de ellas poco más que cosas se le puede llamar-que vomitan diariamente los medios) y nos sumergimos en la realidad: pasamos de pretender saber a través de los demás a pasar tiempo experimentando en carne propia diversas sensaciones. Yo hace días dejé por un momento que el móvil sonase espasmódicamente y me fui a la playa a intentar recuperar la capacidad de nadar: dos brazadas me aportaron más que una mañana observando los desperfectos de un museo. Nada puede aportar un periódico a aquel que tiene claros sus fines en la vida y en qué gastar el tiempo. Otra cosa es que se haya instaurado la académica sensación de que para estar informado hay que seguir los medios. Craso error, lo medios no informan, deforman, categorizan los acontecimientos en función de un sistema de criterios que no siempre coincide con los del lector y que no siempre responde a intereses informativos.

"Ir, ver y contar" es una frase muy bonita para soltar de vez en cuando en las clases de la facultad, pero luego la realidad es otra: si quieres tener algo que contar consigue una buena red de informadores a los que puedas llamar todas las mañanas para sonsacarle cualquier minucia que puedas alargar unos cuantos días para llenar unas cuantas páginas a la semana. No hace falta que vayas, llama por teléfono.

Que a estas alturas se sigan manteniendo formas de producción de información como las de los medios escritos editados en papel dice muy poco a favor del cacareado progreso humano. En la era digital cada hecho necesita su espacio para relatarlo con precisión y en los periódicos se cercenan detalles importantes de cualquier suceso para incrustarlos en una maqueta en cuya elaboración prima no se sabe qué criterios estéticos sobre la necesidad del periodista de ordenar los hechos de una determinada manera para explicarlos a conciencia.

El periodista no debe ser intermediario (como hasta ahora, él recibía contenidos de las fuentes informativas y luego siguiendo su criterio decidía qué parte de esos contenidos se publicaba) sino que debe pasar a convertirse en un suministrador de contenidos, datos, informes, etc. Debe llevar hasta el publico todos los elementos que construyen un hecho y no sólo aquellos que según su criterio justifican o aclaran el desarrollo del mismo. La mediación del periodista sólo ha servido para convertir a un grupo de personas en parásitos de los sistemas de poder (económico, político, social, cultural, mediático...) y para que ese grupo se creyese con el derecho a ser los únicos capaces de lidiar con los hechos, de manejar la llama que Prometeo regaló a los mortales. O nos iluminamos todos, o la antorcha al río. El periodista no es el más preparado para portar la llama que ha de iluminar los cerebros ajenos: mucho menos si el periodista es uno de los trabajadores más explotados en lo laboral y que mayor fragilidad sufre en el terreno de las dependencias ideológicas y económicas.

El periodismo no es la profesión más ilusionante del mundo. En todo caso, es la ilusión más profesionalizada del mundo. Pedirle a alguien que se comprometa con un trabajo que le quita horas en las que podría estar viviendo experiencias vitales importantes es estúpido: ¿de qué me sirve triunfar (que me cojan hoy y me asciendas pasado a redactor jefe y la semana que viene a subdirector) si mi vida ha de consistir en pasar las horas del día en un despacho esperando a que lleguen noticias de hechos que ni siquiera podré ver con kis propios ojos? Saber de qué se compone el sistema auditivo me aporta información, conocer el número exacto de accidentes de tráfico que hubo ayer sólo ocupa espacio en el cerebro y poco se puede digerir con un dato como ese. La mayor parte de lo que se vende como información es absolutamente banal en el desarrollo diario de una vida, y lo que se oculta y margina sustancial.

Lo malo de los periódicos es que son periódicos (diarios, constantes en su tirada) antes que veraces. Porque los lunes no salgan los periódicos no se acaba el mundo. Porque aparezca alguna página en blanco tampoco, tal y como están las cosas, un espacio en blanco en un diario puede ser más reconfortante que la grandiosa consecución humana.

Detesto cuando la arquitectura del texto se destruye constantemente bajo la excusa del criterio informativo y del relato circular pasamos al ladrillo arquetípico.

La pirámide invertida es una farsa.

La mayor parte de las veces, de las cinco w, tres no aportan nada.

El periodismo es una máquina de matar neuronas.

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