lunes, 10 de enero de 2011

Idiotas.

Me repele ver tanto gilipollas suelto. Me asquea comrpobar el alto número de subnormales que convierte en centro de su vida algo tan insubstancial como el deporte (el fútbol) o las gilipolleces que, como zurullos de cabra desprendidos del culo caprino, disparan desde la TV sin un minuto de tregua para poder tomar un poco de aire y seguir enfangado en la trinchera del debate soez liderado por el gran intelectual Enric Sopena, la bocazas y garrapata del PSOE María Antonia Iglesias o la sagaz e intrépida sabelotodo Pilar Rahola. Y no nombro a los del otro lado de la mesa porque ni sus nombres recuerdo ni sus caretos quiero que permanezcan un minuto más ocupando espacio en mi frágil memoria.

La estupidez ha ganado la batalla y se ha difundido a todos y cada uno de los aspectos de la vida de la gente, que como cada día va introduciéndose cada vez más en esa espiral de idiotez sin final previsible, cada día va acortando cada vez más su vida y centrándose en dos o tres aspectos banales de la misma siguiendo la moda imperante de creer que el ser humano ha venido al mundo a ver partidos de fútbol, gente imbécil encerrada en una casa haciendo el imbécil, pagar religiosamente la hipoteca y los impuestos e irse al cadalso pensando en la putada que supone palmarla antes de saber quien ha ganado Gran Hermano.




Y los estúpidos se reproducen como un virus: hoy dos chonis a punto de meterse unas hostias en un bar por defender la una al machito follacabras y la otra a la pija subnormal del programa de la Mercedes Milá. Y mañana dos gilipollas construyen, sobre la barra de un bar con un par de cervezas, toda una teoría conspirativa mediante la cual el malvado de turno hace que su equipo de "fúrbol" pierda siempre los partidos por culpa de un árbrito corrupto, pero si alguien levanta la voz para hablar del caso Gúrtell, encontonces se tiran a la piscina con las frases tópicas de siempre "eso lo hacen todos", "eso es un invento del pariódico tal para atacar al partido tal", "eso es todo mentira" y no se molesten en ponerle delante de sus narices prueba alguna que demuestre que está en lo cierto: no es que no crean que está usted equivocado, es que les suda la polla que la corrupción se extienda o que aumenten los impuestos, lo único que les importa es que el árbitro les ha robado un partido. Y pasado es una señora de la limpieza que se lanza a degüello a por el repartidos de publicidad porque le "rompe los buzones". Y otro día son un par de adolescentes de 25 años hablando del sexo como el elixir de la vida, el totum que ha de llenar el universo, la clave que ha de sostener todas las piedras que bajo ella constituyen los hechos de una vida humana.

Pero pongan ustedes delante de todos estos memos una prueba contundente que demuestre algo sobre la realidad de substancial importancia para el futuro de la humanidad y lo negarán convencidos de que tienen derecho a negarlo, a mirar para otro lado y a exigirte a tí que, o te corriges, o vas directo al pavellón de los locos. O pónganles delante una escena que muestre a la perfección la existencia de un hecho injustificable, claramente inmoral o degradante: mirarán con ojo escrutador a lo que sucede para luego plantarse ante la cámara de la TVG y contarlo todo con pelos y señales, pero por Dios, que nadie les pida que ayuden al moribundo que se quema porque unos niñatos lo han rociado con gasolina. No, eso no, lo que como seres humanos les corresponde hacer es mirar, convertir ese hecho en elemento indispensable para dar rienda suelta a la carnaza biliosa que pulula por la sociedad y luego establecer culpables a grandes rasgos dirigiendo su mirada a colectivos sociales a los que siempre ha odiado irracionalmente: a los jóvenes que se drogan y no trabajan, a los inmigrantes que los muy hijos de puta trabajan y le quitan el puesto a los jóvenes que sólo les queda drogarse, a los gitanos que reparten droga metida en caramelos en las puertas de los colegios para que los niños se hagan adictos a la coca, etc, etc.

Pero no se preocupen, que este tipo de gente sabe perfectamente cómo solucionar todos los problemas del mundo, lo que pasa es que no tienen tiempo material para llevarlo a cabo. Y si no, invítenles a un par de cervezas y verán cómo solucionan el problema palestino-israelí con la mediación de Mercedes Milá o poniendo al mando del ejército hebreo a Federico Jiménez Losantos. 

Y en medio de todo esto a uno le miran como a un gilipollas cuando en una cafetería saca un libro y se pone a leerlo, y en la vorágine futbolera, estalla en carcajadas ante la sutileza perversa de Maldoror. Y no soy yo el gilipollas. No soy yo el que convierte a 22 señores bien adultos vestidos en pantalón corto en pleno invierno en centro inevitable de su fin de semana cuando lo único que hacen estos tipos es dar patadas a un balón. No soy yo el que cambia su humor y su actitud ante la realidad en función de que un equipo de fútbol gane o pierda. ¡No soy yo el estúpido!

Por Dios, ¿dónde ha quedado la cordura? ¿Dónde se esconde la gente civilizada que invierte su tiempo en cosas que en lugar de destruir sus neuronas las pone a pleno rendimiento y les asegura una longevidad eficiente? ¿Han huído ya del planeta los genios capaces de darle una patada a la realidad y cambiar la vida humana con un invento revolucionario, una teoría benefactora, una obra que abra una nueva puerta en el campo cultural, científico o político? ¿Y para asentar esta mediocre sociedad tuvieron que palmarla miles de seres humanos que vivían en sociedades donde al menos el pudor ante la estupidez, las mínimas normas de convivencia y la capacidad de hacer avanzar al ser humano todavía eran elementos indispensables en el desarrollo social? ¿De verdad que después de todos los siglos pasados la única realidad presente en la que se puede vivir es en esta?¿De verdad que sería ilegítimo salir a la calle con una semiautomática e ir reduciendo el porcentaje de mongoloides que habita el planeta?

Empiezo a creer que en los tiempos que vivimos, lo verdaderamente revolucionario, el terrorismo deberas justificado, debería ocuparse en utilizar la nitroglicerina y la metralla para echar abajo las antenas difusoras y los satélites de televisión. Lo verdaderamente patriótico sería asaltar tiendas de electrodomésticos y acabar a achazos con las cajas de la estupidez. Sumir a Europa entera en un apagón televisivo y mediático (reventar los soportes de todos esos huecos de la red llenos de mierda) durante años, hasta que, por aburrimiento, la gente fuese acercándose a las bibliotecas y acabase por recuperar, al menos en parte, las capacidades intelectuales que justifican la existencia del ser humano.

1 comentario:

Javi Camino dijo...

Estar rodeados de estupidez también tiene sus cosas buenas. Mira lo inspirador que resulta a veces!