lunes, 19 de abril de 2010

La estupidez en los periódicos


Menos portadas para juzgar

Por MOTOKO RICH

Con la creciente popularidad de los e-books, las pistas y reclamos literarios que en su momento se percibían de un vistazo están empezando a desaparecer.

Bindu Wiles estaba en el metro en Brooklyn en marzo cuando vio a una mujer que leía un libro cuya portada tenía una llamativa silueta negra de la cabeza de una chica sobre un fondo naranja brillante.

Wiles se dio cuenta de que la mujer tenía aproximadamente su edad, 45 años, y llevaba una estera para hacer yoga, así que concluyó que tenían una mentalidad similar y se inclinó a leer el título: Abejita, una novela de Chris Cleave. Wiles, una estudiante de posgrado en escritura de no ficción en el Sarah Lawrence College, en el cercano Bronxvile, escribió una nota en su iPhone y esa misma semana se compró el libro.

Los encuentros como éste se están haciendo cada vez más difíciles. Con un número creciente de gente que recurre al Kindle y otros dispositivos de lectura electrónica, y con el iPad de Appel recién llegado, no siempre es posible ver lo que otros están leyendo o proyectar nuestros propios gustos literarios.

No puedes juzgar un libro por su portada si no la tiene. “Hay algo en el hecho de tener un libro precioso que parece intelectualmente denso y sabroso”, explica Wiles, que recordó que, cuando estaba releyendo Anna Karenina hace poco, le gustaba que la gente pudiera ver la portada en el metro. ”Te sientes como orgullosa de estar leyéndolo”. Con un Kindle o un Nook, remacha, “la gente nunca lo sabría”.

Al popularizarse los “e-books”, disminuyen las portadas que juzgar

Entre otros cambios traídos por la era del e-book, las ediciones digitales están expulsando a las portadas de los libros del metro, de la mesa de la cafetería y de la playa. Esto supone una pérdida para las editoriales y los escritores, que disfrutan de algo de publicidad gratuita para sus libros en formato impreso: si te fijas en la tapa de los libros que la gente lee en el avión o en el parque, puede que también decidas echarle un vistazo a Los hombres que no amaban a las mujeres.

“A menudo cuando piensas en un libro, recuerdas su tapa”, explica Jeffrey C. Alexander, profesor de sociología cultural de la Universidad de Yale. “Es una manera de atraer a la gente a la lectura a través de lo visual”.

En la librería, donde aún se siguen produciendo la mayoría de las ventas, las tapas desempeñan un papel crucial. “Si ya has pasado el obstáculo de lograr que el cliente se sienta atraído por la cubierta y luego coja el libro”, explica Patricia Bostelman, vicepresidenta de Barnes & Noble, “se ha ganado una batalla enorme”.

Pero es una victoria que será difícil de conseguir si nadie puede saber si estás leyendo Guerra y paz o Diamonds and Desire.

Quizá ningún elemento del proceso de fabricar un libro reciba tanta atención de tanta gente diferente como las tapas. Primero, a un director creativo se le ocurre una idea. (¿Qué os parece la imagen de una manzana?). Luego, el editor, el autor y el agente le echan un vistazo. (¿Podemos agrandar el tamaño de la letra del nombre del autor? ¿Y no se usó una manzana para ese libro sobre vampiros? Este libro no es sobre vampiros). El editor del grabado toma parte. (Los vampiros venden. Me gusta la manzana). El equipo de ventas hace comentarios. (¿No hay un ángulo económico? ¿Qué os parece una manzana con una naranja dentro? Ha funcionado antes). Hasta los vendedores de libros tienen su opinión. (Lo que de verdad gusta en una cubierta es un par de zapatos de tacón).

Lógicamente, es poco probable que una buena tapa salve a un mal libro. Pero en un mercado abarrotado, una cubierta que llame la atención es una ventaja que todos los autores y editores quieren. Para que nos hagamos una idea de las posibilidades, en un análisis al azar de 1.000 libros sobre negocios publicados el año pasado, Codex Group, una empresa asesora de publicaciones, descubrió que sólo de 62 de ellos se vendieron más de 5.000 ejemplares.

Mientras los editores siguen explorando los anuncios dirigidos en Google y otros motores de búsqueda o redes sociales, llegan a la conclusión de que una cubierta sigue siendo la mejor manera de representar un libro.

Algunos lectores esperan que los fabricantes de aparatos electrónicos añadan funciones que permitan a los usuarios transmitir lo que están leyendo. “A la gente le gusta presumir de lo que hace y de lo que le gusta”, explica Maud Newton, un popular bloguero de libros. “Por eso, antes o después, la gente tendrá una manera de hacer eso con los dispositivos de lectura”.

Por ahora, muchos editores confían en el efecto Facebook: “Antes puede que vieras a tres personas leyendo Comer, rezar, amar en el metro”, explica Clare Ferraro, presidenta de Viking and Plume, grabadores de Penguin Group USA. “Ahora te metes en Facebook y ves que tres de tus amigos están leyendo Comer, rezar, amar”.

Algunas editoriales digitales sospechan que uno de los motivos por los que las publicaciones de novelas románticas y eróticas son tan populares en sus ediciones electrónicas es porque los lectores electrónicos son discretos.

Pero las tapas siguen siendo importantes. Holly Schmidt, presidenta de Ravenous Romance, una editorial de libros electrónicos románticos y eróticos, explica que en un caso la editorial ofrecía una antología de historias sobre mujeres mayores y hombres jóvenes. La primera versión venía con una cubierta digital con la imagen de una mujer atractiva. Casi no se vendieron copias. La editorial puso una nueva cubierta en Internet (en esta ocasión, con los torsos desnudos y musculados de tres hombres jóvenes), y las ventas despegaron.

La nueva cubierta “cogió un libro que era prácticamente un fracaso”, asegura Schmidt, “y lo convirtió en un éxito de ventas bastante considerable”.

Selección semanal de The New York Times publicada por El País a jueves 15 de abril de 2010.

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No puedes juzgar un libro por su portada: simple y llanamente: si la estrategia de acercamiento del lector al libro empieza en la portada, mal vamos. La puerta suele ser la de atrás, la típica de rejilla escondida entre los helechos del patio trasero que siempre permanece abierta a la espera de que la recién llegada al barrio, Mary Rose, descubra que su vecina yace muerta en la cocina y precipite la curiosidad del espectador por conocer al detalle lo sucedido: el resumen de la contraportada que cada vez más se está viendo relegado a un segundo plano por obra y gracia de la insana costumbre de los editores de colocar plastificados párrafos extraídos de los “culturales” de los periódicos, escritos por expertos en encajar manidas frases laudatorias del libro de la editorial que dos páginas después del texto “crítico” -ya nadie ejerce la crítica, sólo el filibusterismo verbal de buen vendedor, a imagen y semejanza de la peixeira que vocifera la frescura de sus pececillos, aunque el declinar del brillo de las escamas haga sospechar que las víctimas han pasado la noche en el congelador- llenará las pupilas del lector con un “roba”, término utilizado en los periódicos para designar al anuncio que copa por completo la página y que, off course, anuncia las bondades intelectuales del opúsculo “criticado”. Por supuesto, ni el “crítico” pone reparos a la hora de buscar el cuerpo a cuerpo porque la editorial haya pagado una considerable cantidad de papel, ni la editorial espera que ello le sea gratificado con un “visto y place”.

Pero atendamos ahora a la siguiente infamia: “si te fijas en la tapa de los libros que la gente lee en el avión o en el parque, puede que también decidas echarle un vistazo a Los hombres que no amaban a las mujeres.” Lo más probable es que si me fijo en las portadas de los que van leyendo en el Vitrasa ponga especial énfasis ocular para leer el título y el autor, y deje de lado lo demás, porque sabiendo que el señor que tengo al otro lado lee La soledad de los números primos y que su autor es un tipo de quien nada he leído y del que nada me atrae por el momento, considero una pérdida de tiempo fijarme en la foto de la portada o en la influencia que puede ejercer el color ocre pálido de la misma en mi cerebro a la hora de impulsarme a arrebatárselo de las manos, dado que nada de esto me dará un ápice de información sobre el contenido de la obra, que es, como todo el mundo sabe, la justificación de su existencia.

Otra cosa es cuando el aficionado a la fotografía ve en el escaparate la portada de Contra Natura, de Álvaro Pombo, y debido al placer orgiástico sufrido por la imagen, entra, compra el libro, busca en las primeras páginas el nombre del posible autor del retrato, descubre que es parte de la colección no sé qué, que el nombre de su autor no se señala, y visto lo visto, deja el libro en la estantería para poder ver de vez en cuando la extraña y atrayente fotografía que en este caso, y tratándose de un libro titulado Contra Natura y escrito por un homosexual, parece describir a la perfección el contenido, pero no importa, porque al empezar a leerlo (bueno, ya que lo he comprado, tendré que leerlo ¿no?, igual es bueno…) descubres que la letra retuerce la expresividad de la imagen y que no es la apropiada para un Pombo succionador de jóvenes penes erectos en lóbregos parques cántabros. La editorial Anagrama consiguió endosarme un libro, pero su función era lograr que me lo leyese y convertirme con ello en futuro adquiridor de productos pómbicos, pero no lo logró, así que el objetivo no ha sido cumplido al cien por cien.

Respecto a Los hombres que no amaban a las mujeres, es bastante probable que habiéndome tragado las dos primeras versiones visuales (cinematográficas le vendría demasiado grande) de la trilogía, lo que piense es en el pésimo gusto de quien lo porta entre sus manos y en el perverso efecto de los medios de comunicación de masas al convertir la literatura en un subproducto más, ya no del mercado, sino de un género de mercancías que además de publicitarse como obras de calidad se convierten en elementos de marca/clase que definen a un grupo de personas a las que debes pertenecer para ser moderno y entender el mundo en el que vives. Todavía puedo recordar aquel maloliente día en que una satisfecha licenciada en filología hispánica soltó aquello de “Stieg Larsson es la punta (ojo, la punta, no la puta: en este caso la frase habría sido gloriosa y veraz) del iceberg de la literatura nórdica, lo mejor que ha dado hasta ahora”. ¿Acaso merece Bergman (Persona fue antes novela que guión) ahogarse bajo la superficie del iceberg y tener, además, que formar parte del engranaje oculto bajo las aguas que alza a Stieg Larsson a la cumbre de la literatura nórdica? Me niego a aceptar tal humillación y prefiero pensar que Larsson es un simple pingüino descarriado, con una buena racha, que pasado el tiempo formará parte del sistema digestivo de un lúcido león marino que alumbre al mundo futuras oraciones compuestas con alto contenido estético-intelectual.

Hay algo en el hecho de tener un libro precioso que parece intelectualmente denso y sabroso”, explica Wiles, que recordó que, cuando estaba releyendo Anna Karenina hace poco, le gustaba que la gente pudiera ver la portada en el metro. ”Te sientes como orgullosa de estar leyéndolo”. Con un Kindle o un Nook, remacha, “la gente nunca lo sabría”.

He aquí al lector pretencioso, pedante e idiota: leo porque quiero que vean que leo y leo éste y no aquel porque considero que si me ven leyendo éste y no aquel daré la impresión de tener mayor coeficiente intelectual cuando en el fondo soy un pobre gilipollas.

Las nuevas tecnologías, por desgracia, no conseguirán mejorar el rumbo de las gigantes editoriales, más preocupadas por vender marcas que ideas, propuestas estéticas o conocimientos que aporten algo más al público que un rato de entretenimiento y la satisfacción estúpida de saber que estás haciendo lo mismo que han hecho, hacen y harán unos cuantos miles de bobos como tú. ¿Y dónde queda lo personal, íntimo y lujurioso de la lectura?

Seguiría, pero el sabio azar me ha llevado a leer una frase en el manojo de hojas en el que esbozaba lo antedicho, y creo que no es necesario continuar ya que podría aburriros, pues como apunta el anuario 2009 de Recambios Romil S.L. a pie de página del 1 de enero:

“El secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo.”

Voltaire.


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