
Para llegar a la primera línea hemos de esperar que el enemigo convierta en carne putrefacta a aquellos que nos preceden, a los que nos tapan el sol, a los que nos mantienen con apenas una cucharada de sopa... Nos han enseñado que no es ético desear a los demás lo peor para alzarnos con la victoria propia, única, personal.
No se trata de acribillar a los demás por detrás, se trata de tomar la decisión de ser libre: romper las filas, avanzar entre la tropa sordos a los gritos del general, ciegos a las miradas acongojadas de la tropa; correr hacia la línea en la que hemos de alcanzar el triunfo por nuestra propia mano, al margen de ejércitos, de reglamentos, de jerarquías.
Llegar a la primera línea, mirar al enemigo a los ojos, lanzarse a por él, tirarlo al suelo y besarle la boca mientras el puñal le atraviesa la garganta.
Si la muerte nos persigue con tanta premura y constancia es porque, en el fondo, la Vieja Dama es la única que nos ama.
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