martes, 1 de abril de 2008

Un jour...

Somos hijos de la retaguardia del placer. Ansiamos llegar a primera línea de batalla para exponer nuestros cuerpos al caos que precede a la batalla que ha de llevarnos a la gloria eterna del orgasmo, pero hemos sido educados en el falso amor al hombre.

Para llegar a la primera línea hemos de esperar que el enemigo convierta en carne putrefacta a aquellos que nos preceden, a los que nos tapan el sol, a los que nos mantienen con apenas una cucharada de sopa... Nos han enseñado que no es ético desear a los demás lo peor para alzarnos con la victoria propia, única, personal.

No se trata de acribillar a los demás por detrás, se trata de tomar la decisión de ser libre: romper las filas, avanzar entre la tropa sordos a los gritos del general, ciegos a las miradas acongojadas de la tropa; correr hacia la línea en la que hemos de alcanzar el triunfo por nuestra propia mano, al margen de ejércitos, de reglamentos, de jerarquías.

Llegar a la primera línea, mirar al enemigo a los ojos, lanzarse a por él, tirarlo al suelo y besarle la boca mientras el puñal le atraviesa la garganta.

Si la muerte nos persigue con tanta premura y constancia es porque, en el fondo, la Vieja Dama es la única que nos ama.

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