martes, 1 de abril de 2008

Arlequín

Harry Haller bajó al sótano en busca del arlequín con el que había intentado abandonar su soledad y se los encontró tendidos en el suelo, extasiados, expulsando por los poros las últimas gotas de sudor que empezaban a replegarse ante los ejércitos del frío subterráneo que penetraba en el campo de batalla entre los montones de periódicos viejos y la colección de latas de tomate que aquel extraño maricón había dejado atrás, como si le bastase el cuadro para, con ello, llevarse la esencia, como si el tacto físico real no significase nada ante sus ojos.

Se sintió incómodo. Giró todo su ancho cuerpo haciendo crujir el escalón y se encaminaba hacia la puerta cuando vislumbró la mirada pícara de un viejo verde sentado en la mecedora, con un pitillo entre las garras.
- Arribes tard, ja han acabat.
No era el único, en la esquina opuesta a la del viejo, un arrugado argentino fruncía el ceño mientras balbuceaba:
- No veo el aleph, ya no veo el aleph, me estoy quedando ciego, ya no veo el aleph, qué habrán hecho con el aleph...
Los chicos seguían tendidos. Su respiración desacompasada se iba apagando en sueño y sus cuerpos comenzaban a enlazarse en busca del calor que minutos antes desprendían sus bocas. Harry bajó lentamente, intentando aliviar el peso de su cuerpo para no hacer ruido, cogió la manta con la que el viejo tapaba las piernas y escondía una engorrosa erección y cubrió los cuerpos.Al cerrar la puerta, una pequeña esfera se iluminó sobre el cuarto escalón y Borges dejó de balbucear para arrodillarse ante ella y susurrar:
- Aparece después de que los chicos crucen el abismo del éxtasis, sólo cuando cruzan el abismo del éxtasis.
Sinclair y Nhadron dormían.

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