jueves, 20 de marzo de 2008

Aeternus


Hay quien dice que he perdido el norte. No es cierto. Siempre he vivido fuera de la brújula.




Acostumbraban a llamarme loco: no se lo reprocho, lo estaba. Lo estoy. No me preocupa. Es más, espero estarlo: si no es así, nunca podré estar a su altura.




No niego que pueda parecerme triste gran parte de su vida, pero al menos logró lo impensable: ser admirado por aquellos que supieron entenderle, y por ello, ser entendido.




Algunos presumen de su dominio del lenguaje, de su capacidad para convertir una frase en un vetusto capitel barroco poblado de figuras de estuco rasgadas por el paso de un tiempo que ya no entiende ni su significado ni su función estética.




Sus palabras fluyen. Se enzarza en pequeñas discusiones con sus personajes, pero les deja la libertad de moverse por un espacio que no domina, por un tiempo que no pretende abarcar, pues lo que busca, como buen shandy, es la inagotable magnitud de lo pequeño, lo breve, lo simple y, por ello, lo intenso.




No negaré que parte de mi cariño se debe al hecho de que sus actitudes se asemejan a las de cierta especie: pasar desapercibido, vivr al margen de la sociedad y crear, a partir de un ego incorrupto, una obra que muestre, sólo a aquellos que saben entenderla, una realidad negada a los que tuvieron miedo a girar a la derecha, a sobrepasar la flecha del oeste y lanzarse al vacío: lejos de un extraño artilugio que reprime nuestra libre voluntad de dejarnos llevar por lo que dicta la naturaleza florida que habita bajo la tapa de los sesos.




"No estoy aquí para escribir, estoy para enloquecer"
Y dejó de hacerlo.




Los mediocres le mirarían mal, se reirían al verle pasar colgado de su sombrero por las calles en busca de un perro vago al que recriminarle su falta de cortesía por no apartarse, por no saludar, por no responder amablemente a sus preguntas. Los mediocres nunca entenderán que bajo el sombrero se esconden los territorios de la fantasía, donde el ser humano es libre de cualquier atadura a una existencia -la real- que consiste en dejar pasar el tiempo con actividades mecánicas y para las que fuimos programados al salir de la bóveda húmeda de nuestras madres: servir, obedecer, atender con rapidez al capataz, arrodillarse ante las adversidades: perder el tiempo, suicidarse en vida.




Podría haberse matado, podría haber elegido su propio fin y con ello dar una última muestra de dominio sobre su existencia. Prefirió salir a pasear, y en medio del paseo, la naturaleza decidió que su cuerpo descansaría a ras de suelo, gozando de la frialdad nieve.




Tener miedo a perder el rumbo es sinónimo de cobardía: la vida no tiene rumbo. Perderse y descubrir por accidente lugares desconocidos es el mejor modo do NO malgastarla.




Respirad un poco. Tomad impulso. Lanzaos fuera del malhadado artilugio que pervierte vuestra voluntad. Vivid.

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