martes, 29 de enero de 2008

Vila-Matas


Es él.
Un genio de la letra impresa que lejos de disfrazarse de gran dama de la literatura y pasearse por los salones de la inculta cultura española, se aleja, se esconde, se aparta de los aduladores y, cual alma de Walser todavía en la Tierra, deambula por el mundo échandose a la cuneta de lo desconocido
cuando la fama le sale al paso con focos cegadores.

"Nadie me ha tratado bien, salvo Paula de Parma y mi madre"
Y ya está. Simple y contundente. No hacen falta piruetas de adjetivos, ni montañas de adverbios para ser un buen escritor: sólo las palabras justas y necesarias.

"Intento joder a todo el mundo apareciendo como un gran escritor"
Y lo consigue.
Las llagas se extienden por los pérfidos anos de lamentables literatos que pululan por las librerías. Cuando le ven se les encoge el escroto, el pene huye hacia los pulmones en busca de cobijo, la garganta emite chillidos espasmódicos y desgarradores, las manos se retuercen de angustia porque de sus lentos y torpes movimientos nunca saldrán frases como esta:

"¿Y no habrá otra muerte en el paraíso?"

Y te hunde, te machaca, te rompe los vacuos esquemas que la sociedad había esculpido a golpe de navajazo en tu cerebro.
Y si hay otra muerte en el paraíso?
Y si la vida en la tierra es el paso hacia la muerte en el paraíso?
Y si después del paraíso no hay nada?
Por qué vivir entonces?
Por qué tanta mentira?

Se desliza sigilosamente entre las lineas de tinta negra como serpiente silenciosa que consigue que Eva pruebe el pecado.
Nos lleva de un paisaje a otro, de una vida a otra, de una palabra a otra, sin que percibamos apenas los cambios de temperatura, de forma, de significado.
Todo en su narrativa fluye, con drásticos y violentos cambios de corriente, con saltos de agua que nos lanzan hacia la nada, pero nos dejamos llevar guiados de su Nada.

Nunca podré ir a Paris.
Si lo hago, me veré obligado a recorrer hasta la extenuación la Rue Vaneau, deseoso de penetrar en todos sus rincones, de abordar cual enagenado a sus habitantes en busca de la embajada Siria, del electrizante campo magnético que de ella se difunde por toda la zona.
Y perderme desquiciado entre la gente.

Buscar a gritos la casa de Marx, palpar las bonitas cortinas burguesas en las que de vez en cuando apoyaría la cabeza para seguir tramando la forma perfecta a través de la cual acabar con la burguesía. Sentarme en los sillones en los que posó sus ilustres posaderas el padre de la revolución y rozar mi cara contra la tela que los cubra en busca de un último epitelio, un último cabello, un último resto aerofágico del susodicho Padre-Camarada que me haga volver a creer en la revolución.
En Él.

Y que decir de la mansión en la que habitó Saint-Exupery.
Entrar en ella al galope y recorrer todas las estancias en busca de un pequeño y extraño ser, de un bello e ingenuo cuerpo débil de suave piel blancuzca, del único Príncipe republicano por el que uno renunciaría a la libertad y se postraría complacido a sus pies aceptando sus sabios mandatos, del pequeño planeta en el que recuperar la inocencia que la vida se ha llevado a base de patadas en los genitales.
Volver a soñar.
En algún armario, en alguna alcoba abandonada, detrás de alguna secreta puerta, bajo alguna escondida trampilla, un ínfimo planeta se despierta cada día con el sonido de las débiles pisadas de un Principito que dirije sus pasos hacia el caprichoso rosal que amamanta cada día para poder sufrir sus inquinias y desdenes.
Alcanzarlo con la mano temeroso de poder aplastarle sin querer, besar su frente y susurrar a su delicado oído: gracias por hacerme creer en una humanidad
inexsitente.

Y la lujuria?
Qué decir de la lujuria?
No habrá, acaso, en tan perfecta rue un hotel de la lujuria en el que disfrutar del sexo con todo el cuerpo
y no solo con un falo cercenado por la perversidad vital de un cuerpo desgarrador
de la más débil moral crouzoniana?
Dejarse llevar por la marea de manos inocentes que exploran el abismo del placer
en busca de una nada eyaculadora de otra nada,
manos impúdicas,
violentas,
coquetas,
refinadas,
huesudas,
perspicaces,
afiladas,
y estallar de placer a golpe de arañazos.

En honor a Gide,
descender hasta los sótanos del Vaticano en busca de algún paliducho discípulo
del Sumo Pontífice
para adentrarle en las marabillas de la pecaminosa lujuria cardenalicia.
Jugar a esconder tras la mitra papal
la fuente del placer,
a rasgar con los dientes la pureza del cíngulo*,
a manchar de blanco el alba* con la simiente originaria del hombre,
hacer del báculo el instrumento que lo guíe
cual cordero sumiso
a la Tierra Prometida.
Coronar de púrpura la efigie de la última mártir de la Iglesia,
nuestra hermana
Libertad.

Y ahora qué?
Ahora nada.
Se acaba.
O tampoco os han dicho que se acaba?
"Se acaba y ya está"











* cíngulo: especie de citurón que sujeta el alba
* alba: túnica de este color que sujeta a la cintura con el cíngulo, simboliza la pureza del sacerdote que la lleva al altar
FOTO:Vila-Matas, París, chaquetón granate, lo recuerda Doctor Pasavento?

1 comentario:

Anónimo dijo...

ola dei! habia un monton de tempo que non pasaba por aqui...
animo se tes exames e mil bicos de parte de unha compañeira que, ainda que dende lonxe, sempre o sera.