miércoles, 20 de agosto de 2008

Muerte a la pedagogía represiva

[La Montaña Mágica, Thomas Mann, pág 575 (editorial Edhasa). Naphta, en una de las múltiples disputas verbales con Settembrini, responde esta maravillosa glosa al italiano]


No es necesario que recalque mi rechazo al texto que me precede, simplemente, al colocarlo en este habitáculo, pretendo mostrar la ideología que está detrás de algunos comportamientos que se dan hoy en día, en el siglo XXI, en determinadas instituciones pseudos-académicas. 


¿No sienten ustedes, humildes lectores pertenecientes al rebaño de los que en su día decidieron erróneamente entrar en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Santiago de Compostela que es esto, lo descrito en el primer párrafo, lo que hacen con nosotros? ¿No creen que es esta la forma en la que los pseudos-pedagogos de dicha institución consideran a sus alumnos: unos jóvenes ansiosos de renunciar a su "ego" para postrarse piadosos ante las rodillas de sus "superiores"? (Por informaciones que no desvelaremos del todo, hemos sabido que en dicha facultad existe un magnánimo y todopoderoso ser al que apodan "EL DE ARRIBA", quizá sea una representación real de Naphta en el mundo terrenal)


Yo, por mi parte, me reconozco como joven egocéntrico y narcisista poco dispuesto a renunciar a mi amable individualidad, motivo por el cual rechazo de base cualquiera iniciativa pedagógica originada en la mente de tan chuscos profesores, carentes de la originalidad necesaria para cambiar el mundo, para abrir a la sociedad espacios de creación nuevos, para alterar el mundo establecido. Para hacer caer el decrépito y lamentable estado en que se encuentran los medios de comunicación actuales. 


Son ellos, esos casposos profesores, los que se empeñan en que taladremos nuestros inmaculados cerebros (inmaculados, no en el sentido de que nada importante para la vida ha sido sometido a un proceso de reflexión serio en su interior, más bien todo lo contrario, inmaculados en el sentido de que lo banal, lo estúpido, lo arcaico, lo en exceso esquemático y rígido por conservadurismo ya no entra en ellos, y si se les fuerza, como aguerridos cortadores de troncos procedentes de la gloriosa Euskalherría, tajaran de un golpe la podredumbre que con ese intento siniestro de violación, podría haber entrado en ellos) con ridículas clasificaciones de los productos (en el más humillante sentido de la palabra) televisivos: Continente, contenedor y contenido. Y tu puta madre clavada en una buena estaca por haber dado al mundo semejante excremento bien maquillado. 


La ridiculez de las materias impartidas, la banalidad de los contenidos de la carrera a la hora de dilucidar su utilidad en el campo profesional, cuando ya has toqueteado algo algún medio de comunicación; la soberbia con la que auténticos iletrados de brillante currículum poco sospechoso de haber sido elaborado a base de felaciones (léase con tono irónico) se atreven a creerse en condiciones de decidir si uno está preparado o no para dedicarse al periodismo: Pero acaso alguno de ustedes ha ejercido en algún momento de su vida, por breve que fuere, el periodismo (excluyendo de este maravilloso término toda clase de prácticas inmorales, torticeras y denigrantes que no pueden ser consideradas periodismo)? 


Como personas libres que somos haremos algo tan indignante para sus señorías como no dejarnos pisotear, mantener nuestros cerebros bien lejos de la carcoma que inunda los suyos y ejercer libremente nuestra vida: el periodismo, pues para alguno de nosotros no es sólo una profesión con la que pagar el último coche de alta gama que nos hemos comprado, es una forma de vida y de relación con la realidad del mundo, una vía mediante la cual experimentar esa realidad desconocida y narrarla con la única voluntad de mostrar su belleza, ingenuos de nosotros (vuelva a leerse con ironía), creemos que no merece la pena malgastar nuestra vida haciendo ridículas tesinas minutando informativos, ingenuos de nosotros, preferimos un buen polvo. 


No necesito que esta manada de borricos me conceda el honor de colgarme un título sobre los hombros para poder ejercer. Ninguno de ellos (exceptuando gloriosas rarezas: Les entre ellas) está en condiciones de realizar tal proeza. 


Soy libre de lanzarme al mundo para vivirlo y narrar mis experiencias.

 

 

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