sábado, 1 de marzo de 2008

Ficción


Sentí unas irrefrenables ganas de ir a pescar y empecé a llamar a la gente para no verme en la triste situación de soportar horas de tediosa espera frente al río aguardando a que el pez mordiese el anzuelo.

Javi no ha podido venir, me ha dicho que estaba acabando la peli y que no sería de recibo perder el tiempo en una fruslería sin haber cumplido antes con sus obligaciones como director. “Sería un mal ejemplo para mis seguidores” afirmó. Últimamente no es tan agradable conmigo como antes. Creo que le sentó muy mal que criticase la extraña forma que tiene de cocinar los champiñones ( con leche! Los fríe con leche y un chorrito de vino blanco!). Cuando le dije que no había sentido ningún tipo de placer estomacal al digerirlos me miró como mira la puta que ha estado treinta minutos con un miembro flácido en su boca cuando el apéndice del susodicho miembro le dice que no ha disfrutado del ejercicio.

Héctor ha tardado en cogerme el teléfono y cuando lo ha hecho me ha respondido de forma cortante y algo humillante: “ahora mismo tengo cosas más importantes que hacer, soy un hombre responsable, no interrumpas mi carrera artística con mamarrachadas”.

Ramos colgó al oír mi voz. Aún no le he felicitado por su cumpleaños y alguien le ha contado que el miércoles pasado, cuando hubo el apagón, como no tenía velas metí algunas hojas de Dor pantasma en un cuenco y les prendí fuego para iluminar la cocina mientras cenaba. Creo que me odia por eso.

Al final he ido yo solo al río. He llevado un palo al que he atado un cordón en la punta y a este le he enganchado un alfiler en el que coloqué el cadáver de una mosca.

Después de tres horas viendo pasar el agua, un par de condones, siete compresas, un pañal Dodotis superabsorvente y algunos excrementos, un viejo labrador me ha dicho que en el Sarela ya no quedaban peces. De vez en cuando se veía alguno de los que su nieta compraba en las ferias y tiraba por el retrete cuando se cansaba de ellos, pero duraban poco tiempo.

Regresé llorando y llamé a casa. Mamá me ha dicho que no siempre podemos tener todo lo que queremos, pero que no me preocupase por sentirme decepcionado. “Es normal, ¿Quién no quiso alguna vez algo que no pudo tener?, ya lo decían Los Suaves, amor mío”.


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