martes, 20 de noviembre de 2007

Insomnio


Nunca en mi vida podré llegar a sentir más asco que cuando le vi agarrarse las vísceras con las manos, intentando que el hígado no se le escurriese por efecto de la sangre y la pasta resbaladiza que emanaba de su interior.

No era uno de esos gatos gilipollas que se lanzan a la carretera en el preciso instante en el que alguien decide que lo mejor para no llegar tarde es acelerar y no pisar el freno hasta que la vista alcance un sitio donde aparcar.

Era el típico joven despreocupado con ínfulas de inmortal que prefirió lanzarse a por la colilla que el viejo de las alfombras había arrojado al medio del asfalto antes que volver a pedir dinero a sus papás para echarse unas caladas en el instituto.

Fumar mata. Querer fumar a toda costa es lo que mata. Levantarse todas las mañanas pensando en los momentos en los que llenarás los pulmones de apestoso humo azulado. Entrar en el coche de camino al trabajo imaginando el momento en el que saldrás a la calle a media mañana para colgar de tus labios la muerte amortajada en un cilindro de papel blancuzco que poco a poco será convertido en ceniza por una pequeña línea marrón de un fuego a punto de extinguirse al que tú le das vida con cada sorbo de ansiedad y estrés aceptado en favor de una vida de burgués acomodado que paga las deudas de sus caprichos a golpe de felación al alquitrán eyaculador de muerte.

Si mataras el insomnio...