miércoles, 16 de abril de 2008

PASOLINI















Casposidad

Es verdad, imprimo libros en la impresora. Pero acaso es eso delito? Los demás malgastan papel y tinta en estúpidos ejercicios de verborrea banal, pseudoperiodísticos ( trabajos absurdos, guiones carentes de originalidad, bla bla bla bla bla...)

Yo plasmo físicamente el pensamiento lúcido de mentes que fueron capaces de alejarse de la mediocridad mórbida de los cerebros que, como los que gobiernan esta facultad, castran los intentos del ser humano por superar sus amputaciones y elevarse a la esfera de lo eternamente bello: el arte. Es más, después, en un ejercicio de atrevimiento y descaro propio de un niñato mal criado, leo, leo lo que he imprimido, leo a Sabato, a Sartre!!. Oh Dios!! Cuan grande es mi osadía!!

Podría describir uno por uno a los "elementos" e incompetentes que pululan por esta facultad
( al profesor mediocre que llega a clase enrojecido por el vino, a aquel que ha hundido en la miseria económica cierta empresa pública y no por ello deja de dar lecciones de como crear empresas viables, a cierta clase de parásitos que viven aferrados a la estructura burocrática de una USC y una Facultad de Ciencias de la Comunicación que necesitarían un cambio profundo en aspectos tan esenciales como la contratación de determinados elementos venidos de la esfera de la política para asentar sus vagas e incompetentes posaderas en dicha facultad y vivir del cuento) pero de momento me callo. Y no por falta de ganas o de miedo a que EL DE ARRIBA - ese extraño ser omnipresente cual agente eficiente de la STASI, quizá un camarada de dicha organización- me fulmine con un rayo emanado de su poderoso dedo, no, lo hago simplemente por reposar mi verborrea crítica, no vaya a ser que se me vaya la mano. Si tuviese que escribir ahora algo sobre el MARULO HEAVY no haría más que recopilar insultos, y no es ese mi estilo, la chulería y prepotencia iletrada se la dejamos para el susodicho excremento ( veis, ya se me ha ido la mano...)






viernes, 11 de abril de 2008

André o la Oda a la Pederastia

Después de tiempo sin vagar por estos anaqueles llenos de textos resesos y un bibliotecario que duerme desde que la voz rasgada de Ibán ferreiro dejó de escucharse en la gramola que la junta de mamotretos anticuados que dirige la bilioteca decidió darle un respiro al pobre hombre y permitirle escuchar algo de música mientras vigila a la nada que entra por las puertas inamobíbeis en busca de unos libros condenados a la cópula ya conocida, a la caricia de las rugosas manos del anciano, al onanismo minimalista, al beso de unos labios secos por la morriña del chiquillo adolescente que frecuentaba el edificio en busca de la experiencia y sensualidad de un hombre que le enseñó a expulsar los flujos de su joven cuerpo a golpe de mordisco na colloada, de lametazo na ingle, e todo baixo a perversa mirada do Maestro Das Almas Castradas pola Sociedade dos Hipócritas: André, otro incomprendido, otro olvidado por los desclasados.

Y es que quiero contarles mi historia, la historia de una joven adolescente que una noche, bajo la sombra de la Polla Parisina introdujo sus dedos entre los labios y se hizo daño: se provocó una hemorragia de placer, rasgó el inacabado óleo que escondía en su cuerpo como ajuar y acabó gritando en la noche por el nombre de un hombre que ni tan siquiera conocía. Pero acudió a mi llamada y acabó el ritual que inconscientemente había iniciado con su cuerpo.

No amo a la mujeres- me dijo- y me recogió del suelo para llevarme en brazos a su morada. Llevo algún tiempo aquí abajo, no sé cuanto, pero supongo que el suficiente para poder afimar que me he hecho vieja, que él se ha hecho viejo y que sólo me guarda como fetiche, como objeto de recuerdo de aquella joven que penetró en los jardines, la única con la que se atrevió a desafiar su naturaleza pecaminosa, impura, pederasta. Todavía no ha venido a verme. Temo que haya muerto en alguno de los cuartos por los que hace meses le escuchaba pasear. No me dejó la llave. Tengo hambre.

miércoles, 2 de abril de 2008

Adieu mon ami!!

Si, me gusta martirizarme, pero qué coño, para algo le doy al sado-maso.

martes, 1 de abril de 2008

Un jour...

Somos hijos de la retaguardia del placer. Ansiamos llegar a primera línea de batalla para exponer nuestros cuerpos al caos que precede a la batalla que ha de llevarnos a la gloria eterna del orgasmo, pero hemos sido educados en el falso amor al hombre.

Para llegar a la primera línea hemos de esperar que el enemigo convierta en carne putrefacta a aquellos que nos preceden, a los que nos tapan el sol, a los que nos mantienen con apenas una cucharada de sopa... Nos han enseñado que no es ético desear a los demás lo peor para alzarnos con la victoria propia, única, personal.

No se trata de acribillar a los demás por detrás, se trata de tomar la decisión de ser libre: romper las filas, avanzar entre la tropa sordos a los gritos del general, ciegos a las miradas acongojadas de la tropa; correr hacia la línea en la que hemos de alcanzar el triunfo por nuestra propia mano, al margen de ejércitos, de reglamentos, de jerarquías.

Llegar a la primera línea, mirar al enemigo a los ojos, lanzarse a por él, tirarlo al suelo y besarle la boca mientras el puñal le atraviesa la garganta.

Si la muerte nos persigue con tanta premura y constancia es porque, en el fondo, la Vieja Dama es la única que nos ama.

ABISMOS

Cuando de pequeño soñaba que caía entre los barrotes de un laberinto multicolor con miedo a romperse el cuerpo al llegar a un suelo que no solía aparecer antes de que su madre encediese la luz y le hiciese caer sobre el colchón sudando, gritando, agarrándose a las sábanas en busca del barrote verde en el que debería haber enganchado su mano para dejar de caer, en esos momentos, no sabía que su vida sería la constante búsqueda del abismo en el que jugar a lanzarse de cabeza mientras una cuerda deshilachada le sujeta los pies.
No puede evitar visitar por las noches, en sus largas caminatas insomnes, el rincón de la plaza del Obradoiro donde un pequeño muro de piedra protege a los indecisos o cobardes de la pedregosa caída al vacío del pavimento mojado.

No espera nada. Sólo le fascina la posibilidad de lanzarse, de mirar como el suelo se aproxima a su cara, de sentir los huesos del cráneo estallar hechos añicos, de ver como sus ojos se cubren con el telón sanguinoliento que ha de poner fin a su función.

Le fascina la posibilidad de no volver.

Arlequín

Harry Haller bajó al sótano en busca del arlequín con el que había intentado abandonar su soledad y se los encontró tendidos en el suelo, extasiados, expulsando por los poros las últimas gotas de sudor que empezaban a replegarse ante los ejércitos del frío subterráneo que penetraba en el campo de batalla entre los montones de periódicos viejos y la colección de latas de tomate que aquel extraño maricón había dejado atrás, como si le bastase el cuadro para, con ello, llevarse la esencia, como si el tacto físico real no significase nada ante sus ojos.

Se sintió incómodo. Giró todo su ancho cuerpo haciendo crujir el escalón y se encaminaba hacia la puerta cuando vislumbró la mirada pícara de un viejo verde sentado en la mecedora, con un pitillo entre las garras.
- Arribes tard, ja han acabat.
No era el único, en la esquina opuesta a la del viejo, un arrugado argentino fruncía el ceño mientras balbuceaba:
- No veo el aleph, ya no veo el aleph, me estoy quedando ciego, ya no veo el aleph, qué habrán hecho con el aleph...
Los chicos seguían tendidos. Su respiración desacompasada se iba apagando en sueño y sus cuerpos comenzaban a enlazarse en busca del calor que minutos antes desprendían sus bocas. Harry bajó lentamente, intentando aliviar el peso de su cuerpo para no hacer ruido, cogió la manta con la que el viejo tapaba las piernas y escondía una engorrosa erección y cubrió los cuerpos.Al cerrar la puerta, una pequeña esfera se iluminó sobre el cuarto escalón y Borges dejó de balbucear para arrodillarse ante ella y susurrar:
- Aparece después de que los chicos crucen el abismo del éxtasis, sólo cuando cruzan el abismo del éxtasis.
Sinclair y Nhadron dormían.